Lanim[1], en Chontla, es un pueblo tének que culturalmente se nutre del Mam[2], abuelo en su lengua materna. Esto me explica Narcizo de la Cruz Domínguez, an ténektxik[3], que hasta hoy mantiene viva sus tradiciones ancestrales.
Sentado debajo de su jacal, en una silla de madera, tejida de palma, cubre su cabeza con el típico sombrero huasteco y, con una perspicaz mirada, mirada tének, contento me comparte la tradición del carnaval que de niño le transmitió su Mam, no sin antes ofrecerme un jarro de café, calientito, con olor y sabor a barro. ¡Bella combinación tének!
De niño viví entre los tének y náhuatl, en Chontla, y cuando había oportunidad visitaba Lanim, me asombraba de que los niños de mi edad, mientras jugaban, reían, hablaban en su lengua original. Era un mundo desconocido que despertaba en mí una inocente curiosidad. Narcizo de la Cruz estaba entre ellos.
Entre mazorcas, las que Narcizo desgrana con sus manos curtidas, encallecidas por el trabajo de la milpa, en un atardecer huasteco, me cuenta: “A nosotros los tének del Otontepec[4], nos guía el ciclo agrícola, es decir, los periodos de siembra y cosecha del maíz: el tonalmil y milcahual”.[5] Da un silencioso sorbo a su café y continúa: “Nosotros tenemos rituales y festividades especiales durante el ciclo agrícola: el carnaval, la ofrenda a Dhipak[6] y el Ajip Santorom[7]. El carnaval es la festividad de la siembra y la cosecha del tonalmil. Dhipak es el dueño del maíz, al que presentamos las primicias en ofrenda de agradecimiento por la cosecha de sol. El Ajip Santorom es la fiesta de los santos y coincide con la cosecha de milcahual”.
Narcizo hace una pausa, hace contacto con su Mam, y con voz suave balbucea: “Ha llegado el año nuevo… me levanto muy temprano, de madrugada, para ir a la milpa… en el camino escucho el canto de kuxkum[8], me anuncia la próxima llegada del carnaval”. ¡Narcizo se ha transformado! “Los montes empiezan a dar color por el brote de pétalos de los bejucos… corto la leña para la molienda y hago los atados de pilón, varío el frijol. Con la ayuda de Ajatik logro reunir lo necesario. En el corral de mi casa hay gallinas, guajolotes, cerdos. ¡Todo para el día indicado! Es la tarde del viernes… corto las palmas, las hojas de plátano o papatla. El sábado temprano, el día indicado[9], hago un hoyo en la tierra, al que, después del mediodía, le prendo lumbre; a las siete u ocho de la noche, ya caliente, entierro el bolím[1] con su respectivo ritual. Lo desentierro al siguiente día, domingo, ya cocido, también con su respectivo ritual, y lo degusto con mi familia acompañado con un rico atole de frijol”.
A Narcizo de la Cruz lo visualizo como un Mam, en el sentido de administrador de la creación, a quien escucha y comprende: habla con el monte, entiende el canto del Kuxkum… a quienes obedece. Así me lo hace sentir: “Bixom nok´[2] es una de las danzas del carnaval y va dirigida a la siembra y cosecha. Cada que el tének se pinta hace contacto con la tierra, como cuando en la milpa pone la semilla sobre la tierra y, a los ocho días, brota y crece. Así el tének, al ponerse el barro sobre su cuerpo hace contacto con la tierra, se siembra bajo la tierra, se sumerge en la tierra; además, surge una transformación en él, se llena de energía, valor, fuerza para gritar; puede brincar, danzar… pierde la vergüenza”.
La esposa de Narcizo de la Cruz, una mujer tének, nos ofrece unos ricos bocolitos de frijol, recién saliditos del comal, hechos con maíz y frijol de su cosecha. Y, mientras degustamos exquisita gastronomía huasteca, Narcizo, gozoso de su tradicional carnaval, cuenta: “El Bixom Nok cubre su cuerpo con tierra amarilla, conocida como piedra del meco, o con tizne, sobre los que traza pequeños círculos, figuras de hombres, animales; elementos de la naturaleza como el sol, el rayo, el arcoíris, la luna, lo que le da apariencia de tener piel de animal. A esta transformación se le considera un cambio de piel. Se dice que los danzantes visten la piel del meco, la que transforma su personalidad”. Prosigue Narcizo: “El capitán de la danza, antiguamente, era un personaje pintado de rojo, con tinta extraída de K´ita, fruta del meco, hoy difícilmente encontrada cerca de la comunidad. En el presente, el capitán se caracteriza por llevar el cuerpo tiznado y cubriéndolo con círculos y figuras, combinadas con tierra. Los mecos utilizan collares de una flor silvestre, de color rojo, conocida como aretes de la lagartija o como gargantilla del meco; utilizan, también, la fruta del zacate, llamada san Juan, con ella elaboran sus collares, pulseras, para alejar los malos aires; se coronan con una enredadera llamada tukum wich o con un bejuco conocido como barba de viejo”. Pienso, ahora el carnaval tének va a ser distinto para mí, va a tener un nuevo significado, enmarcado, sin duda, en el ciclo agrícola tének. Narcizo me pasa un cigarrillo de hoja de maíz, lo enciende con pedernal y prosigue: “Cada meco porta su bastón que adorna con tukum wich o barba de viejo, del que hace colgar animales silvestres disecados: armadillos, ardillas, mapaches, entre otros; además, algunos otros portan un cuerno de toro o caracoles que pitan constantemente para anunciar el principio y fin de cada son, tocado con violín y tambor asperjados previamente con aguardiente para que brinden un mejor sonido, del que también los integrantes deben beber”.
Confieso que todo esto es nuevo para mí, estaba fuera de mi imaginación. Narcizo es un libro abierto, es un Mam. ¿A dónde más me llevará? Poseído él por el Ch'ichiin[3] del meco y transformada su piel, pasmado le escucho: “Los Bixom Nok´, en tiempo de carnaval[4], tienen el poder de curar, para lo que van haciendo limpias a quienes lo piden, para ello el capitán selecciona a siete danzantes adultos, que no hayan bebido tanto aguardiente. Al enfermo lo colocan en la parte del centro del círculo que forman los danzantes, y cada uno pasa a copalearlo, para que, al olor del copal se alejen de él An at´axtalap'[1]; le asperjan aguardiente, para llenar de energía su cuerpo; y barren su cuerpo con hierba negra o albahaca, para alejar el mal aliento y curar su malestar. Este ritual se acompaña con el son del canario. Una vez culminada la limpia, el capitán recoge el material utilizado y lo deja en la orilla de un monte, en el camino real, donde hay un crucero, o en el paraje”.
De los labios de Narcizo surge una sonrisa de satisfacción, realmente estoy sorprendido. ¡El carnaval tének está impregnado de magia! Olvidé mi café… las gallinas, los pájaros vuelan a los árboles, anunciando la llegada de la noche. Dice Narcizo de la Cruz: “Nuestro carnaval finaliza con la ofrenda en el paraje”[2]. Me había dicho: “El carnaval no es un día. El carnaval es un tiempo especial”. Ahora comprendo por qué. “El paraje, es un gran árbol donde descansan los residuos de lo que fue consumido y utilizado durante el carnaval, y es seleccionado por los mismos danzantes. Puede ser el más alto, el más frondoso y el más grueso. Tiene que estar a medio monte. A ese lugar, los habitantes cercanos guardan respeto. Es un sitio de encanto, un lugar sagrado. En el cierre del carnaval, los Bixom Nok´ danzan alrededor del paraje; consumen el bolím y el atole de frijol; depositan y entierran, al pie del árbol, los sobrantes de la materia prima con que las mujeres cocinaron; colocan también, alrededor del árbol, los collares, coronas y bastones, para despojarse del Ch'ichiin que los posee. Previo al rito en el paraje, las mujeres de los Bixom Nok´ y sus hijos, participaron en las ceremonias en casa del capitán. Son los primeros que, mediante la limpia, se liberan del Ch'ichiin del meco”.
Espero haber logrado contagiar tu Ch'ichiin del auténtico carnaval tének.
[1] Es la toponimia antigua de la comunidad que hoy conocemos como San Francisco, su traducción al castellano es: agua que se mueve tranquila
[2] El Mam, en la cosmovisión tének, es el administrador de la creación.
[3] Hablante de lengua tének.
[4] Otontepec, vocablo náhuatl que en castellano significa cerro partido. Los tének del Otontepec habitan algunas comunidades de Cerro Azul, Chinampa de Gorostiza, Chontla, Naranjos-Amatlán, Tantima y Tancoco, municipios ubicados al norte del Estado de Veracruz, México, en la llamada huasteca baja veracruzana.
[5] El tonalmil es la cosecha de mayo; su siembra se da entre los meses de diciembre y enero. El milcahual es la cosecha de noviembre; su siembra es en junio.
[6] Dhipak es una de las deidades tének, junto a Ajatik: amo, señor, creador, dios supremo, dueño del universo.
[7] En algunas comunidades tének, como Zaragoza, en el municipio de Naranjos-Amatlán, esta festividad recibe el nombre de Chemnék Ajip.
[8] Pájaro nocturno conocido como pica metate.
[9] El sábado antes del miércoles de ceniza.
[10] De bolidh, vocablo tének que en castellano significa envuelto. Al bolím, tamal grande para los tének, los náhuatl le nombran zacahuil.
[11] Los mecos, los pintados.
[12] Espíritu, en tének.
[13] El carnaval no es un día, no solo es una fiesta, es un tiempo especial.
[14] Mal aire, en tének.
[15] El carnaval termina el domingo previo al domingo de ramos.
Jorge Luis Cruz nació en Chontla, el lugar de los pobres, el lugar desde el espíritu de los pobres. Filósofo, novelista, poeta, ensayista. Escritor que nos marca porque penetra en el profundo laberíntico del alma humana, y en el mundo de los valores que le dan sentido. Su voz que va desde la juventud a la madurez, de lo leve a lo grave; esa voz con cierta ternura y paulatina lucidez, una voz que entona desde la orilla de un gran río. Una voz como el reflejo del mar, una inmensidad, una historia. Escritor veracruzano, Jorge Luis Cruz Pérez y esa capacidad sensible de acercarnos a lo humano.
Angelita Cornejo

Licenciado en Psicología Educativa, Maestro en Ciencias de la Educación en la opción terminal de Pedagogía y Doctor en Filosofía. Nacido en Chontla, Veracruz (México, 1967), fue asesor de la Secretaría de Educación en el Estado de Jalisco adscrito a la Coordinación de Educación Media Superior, Superior y Tecnológica. Profesor Investigador en Instituciones de Educación Superior en los estados de Veracruz, Tamaulipas y Jalisco. Conferencista y autor de varias obras de filosofía y educación, entre las que destacan: Seminario de Investigación (2009), editorial umbral; Educación, diez aproximaciones ejemplares (2012) y Filosofía del pensamiento humanista contemporáneo (2012), ambas en Peripatéticos editores; en coautoría: Diálogos acerca de la violencia personal y su autocontrol (2008), Acento editores; Del saber ser al hacer, una aproximación teórica al quehacer y actitud docente (2017), en ediciones de la noche. Es fundador y presidente del Consejo de Directores del Instituto Superior de Investigación en Ciencias de la Educación, A. C.
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