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"Chimalma" de Ruth Escamilla Monroy



Ruth Escamilla Monroy Nació en Guadalajara, Jalisco. En 2019 publicó el poemario En la punta de la lengua (Ediciones el viaje). Ha participado con cuento, poesía y reseña en diversas compilaciones, revistas y suplementos culturales. Tres de sus crónicas de viaje fueron seleccionadas para formar parte de antologías editadas en España. Fue integrante de talleres literarios impartidos por autores como Roberto Villa, Guillermo Samperio, Berónica Palacios, Dante Alejandro Velázquez, Gabriela Torres Cuerva, Ernesto Lumbreras y Marco Antonio Gabriel. Colabora en la conducción de El viaje radial, programa de difusión de la literatura a través de internet. Ha intervenido en eventos de música y poesía con Morrison Blues Sia, ɆɎɆ y Onírica, entre otros. Ha leído en encuentros de poetas organizados en Jalisco y Estado de México. Fue autora invitada en la lunada poética y artística del Círculo literario internacional Arymex en Santa Ana, California. Es profesora de lengua, literatura, español como lengua extranjera y dirige el taller de cuento "Una provocación a la escritura".




Chimalma


La primera vez fue en Tingambato. El guía explicó que esa zona arqueológica michoacana había sido un centro ceremonial con gran influencia de otras culturas, pues nada tenía que ver con la arquitectura purépecha que había visto el grupo en Tzintzuntzan, el pueblo aquel donde los gatos dominaban tejados y ventanas.


Subieron a la estructura más alta, con el cuidado suficiente para no tirar las lajas sueltas que ocultaban las entrañas del edificio. La vista desde arriba era arrobadora, con aguacatales que parecían infinitos y al fondo, el cerro que protegía el terreno de las ventiscas. Durante el descenso, tuvo que esquivar el lomo de una perra negra que se había sentado con toda confianza en los escalones.


Ya le habían hablado de la tumba de Tingambato, pero nada de lo oído se asemejaba a la sensación experimentada por sus ojos al acostumbrarse poco a poco a la oscuridad para descubrir la rosa de piedras que formaba la bóveda; ni con el sonido hueco como de cántaro que producían las voces sobre las paredes. Quería quedarse ahí más tiempo, pero volvió a la luz natural porque ya era tiempo de que ingresaran otros visitantes.


El guía habló de una mujer que, meses antes, había pedido permanecer sola en la tumba para lograr el contacto con la otra dimensión. Cuando salió, sudaba y sonreía mientras iba describiendo la indumentaria de la gente que, decía ella, nunca se había alejado de Tingambato. Aseguraba que ese pueblo permanecía sin saber del mundo tangible hasta que por unos instantes, se había dejado ver por ellos para hacerlos conscientes de la dimensión moderna. Según el guía, esos seres caminaban entre el grupo en ese mismo instante. Risas de incredulidad y de nervios se escucharon entre los viajeros y continuó la visita.


La sensación de que alguien la seguía comenzó a hacerse presente desde ese momento. Pensó que era estúpido dejarse influenciar por las locuras de la mujer del relato y del guía. Hurgó y encontró una explicación lógica: era obvio que así se sintiera, puesto que iba entre había varios compañeros de excursión y otros turistas.


Terminado el viaje, reveló algunas fotos para colgarlas en la pared de su estudio. El azul espléndido del cielo contrastaba con el verde oscuro de los árboles y con el tierno del pasto. Le pareció curioso observar que en varias de las imágenes aparecía una pequeña mancha luminosa.


Un año después, el destino fue Los Toriles. Entre cerros de áspera vegetación y sobre grietas en el terreno, se alzaba ese sitio arqueológico nayarita no muy conocido. El edificio en escuadra le recordaba bastante algunas estructuras de Chichen Itza y se recreaba en la agradable sensación que representaría en su tiempos descansar bajo techos de palma sostenidos por columnas de piedra. En su mente podía reconstruir las edificaciones originales, ahora sólo sugeridas por las ruinas.


El guía hablaba del lugar como uno de los asentamientos que dejaron a su paso los hombres de Aztlán, comandados por Mextli y buscadores del sitio prometido por el dios colibrí para fundar su imperio. Llegaron a la estructura circular, seguidos por una familia de perros, fieles acompañantes del par de hombres que pasaban el día completo en la soledad del campo, aguardando la llegada de los visitantes. El edificio, único en la zona cultural, estaba dedicado a Quetzalcóatl. El viento que hacía volar las gorras y los cabellos se encargó de confirmarlo. En algunas de las fotografías aparecieron nuevamente las manchas luminosas. Pensó que era una coincidencia y no le dio importancia, aunque algunos amigos aseguraban que esas luces eran almas.


Es el siguiente viaje. Nayarit ofrece tantos sitios dignos de visitarse que ahora está en camino a Mezcaltitán entre rutas de agua salobre y color charandoso. Va ilusionada y, como de costumbre, no deja de captar imágenes. Siente que un manto de ojos cae sobre ella. Se lo explica: “Seguro que entre los manglares hay cocodrilos, ayer vi dos sueltos en La Tobara”.


Pasan por una cerca en el agua, algo así como si hubieran entrado a la cochera de una casa común y corriente, entiende que entraron en el territorio pero aún no puede ver la isla. Hay enredaderas que cubren los manglares y parecen sábanas protegiendo los muebles del polvo. Sigue el vuelo de un grupo de garzas desde la izquierda hasta el frente de la embarcación. Ahí está Mezcaltitán, algo familiar le da la bienvenida y su cámara no cesa de apropiarse del paisaje.


Desembarcan en un muelle de madera que desemboca en una calle angosta. Sobre las barcas y encima de las bardas de las casas hay garzas que exhiben su elegancia. Las banquetas son altas; las calles, de tierra. Las puertas están abiertas y la gente no parece inmutarse con la llegada del grupo, acostumbrada como está a vivir en un destino turístico. No puede haber secretos cuando hay diez pasos de distancia de una acera a otra. Los niños juegan en las calles sin el riesgo de ser atropellados. Los vecinos platican de ventana a ventana.


Llena de asombro va acercándome a la plaza. Ahí está el templo. Es lo más alto que hay en la isla y es diminuto. Avanza. Sus pasos resuenan en las paredes cubiertas de santos. Sale del vientre de la capilla y regresa a la luz. En el pequeño portal hay una mujer-sirena que ofrece fotografías aéreas de la isla. Su canto y su silueta llaman a incontables compradores.

Captura diferentes perspectivas del lugar que la tiene encantada y del que, por alguna razón, no quisiera irse. Da vuelta en una calle por la que entra otro grupo de turistas. Al fondo debe haber un segundo muelle. Camina en sentido contrario a quienes van poco a poco descubriendo el lugar. Una perra negra le cierra el paso moviendo la cola. Se detiene. Es como si la hubiera visto antes. Saca de la bolsa un pedazo de pan que no toma. Sin quitarle los ojos de encima, el animalito mueve la cabeza hacia un lado. Ella voltea y encuentra en la pared unas placas que narran la peregrinación del pueblo azteca, inicidada en Mezcaltitán, dirigida por Mextli y la sacerdotisa Chimalma.


La perra ladra. Vuelve la vista. La calle está sola y las casas son montículos de piedra. Cierra los ojos. Ante el altar, eleva un sahumerio. El humo no le deja ver el rostro irascible del dios. Ella comienza el canto mientras las manos del sacerdote presentan el corazón que aún palpita. Han hecho el sacrificio, aguardan sus palabras. La voz como de trueno de Colibrí Zurdo dice: "Han sido destinados para grandes cosas, dominarán el valle y serán obedecidos por quienes encuentren a su paso. En su avance, edificarán ciudades, me dedicarán templos, irán sometiendo pueblos. Muchas lunas después, hallarán el sitio, encontrarán el lugar que es gemelo de Aztlán. Ahí también habrá garzas y las aguas no serán claras. El corazón les dirá que es el sitio al que les mando, árido como el camino, el islote de las culebras. En el centro verán la señal. Ahí fundarán el imperio."


Abre los ojos, todavía con dudas va a la orilla del lago. Se inclina. Entre las luces del sol en la laguna, el rostro que le devuelve la mirada en el agua le confirma quien es.

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