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"Señor del entierro" de Luis Olaf del Lago


Luis Olaf del Lago (Ciudad de México, 2 de enero de 1986), estudió la carrera de Letras Modernas Francesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde también cursó una maestría en la misma especialidad. Actualmente se desempeña como docente y cursa el Doctorado en Letras dentro de la institución antes mencionada. Es autor del libro de cuentos "Cal Viva" de editorial Mastodonte, y cuenta con varias publicaciones de poesía y cuento en revistas electrónicas, es también colaborador de la "Revista Zompantle".




Señor del entierro


Cuando el Señor del entierro me miró no supe qué hacer. Sus ojos de resina siempre parecían moverse, pero ese día no solamente me miraban fijamente, ese día la escultura parpadeó.


Cada domingo por la mañana acompañaba a mi abuela a misa. Ella no era como las demás señoras, nunca me dijo qué hacer. Cuando me llegaba a hartar de estar hincada, o rezando, me paraba y caminaba sobre el piso de mármol del templo, iba visitando uno a uno a los santos que rodeaban las bancas mientras los demás seguían atentos los diferentes momentos de la misa.


El Señor del entierro no estaba en la nave principal de la iglesia, había una pequeña capilla al fondo del retablo frontal donde unas cuatro banquitas aparecían tímidas bajo el rayo de luz de los vitrales. Yo lo iba a visitar cuando en serio estaba harta de la misa y ya me quería ir pero no podía.


El día en que el Señor del entierro despertó no grité. Me quedé perdida en su mirada hasta que sus párpados se movieron. Di un pequeño saltito hacia atrás, pero no grité. El manto de terciopelo azul con dorado empezó a moverse. Se podían escuchar los pequeños crujidos de las articulaciones de madera. Antes de que pudiera moverme una de las manos del cristo sangrante me tomó el hombro derecho manchando mi vestido con la sangre que empezaba a correr por la madera pintada de su piel. Se incorporó lentamente de su lecho y empezamos a caminar al unísono. Sin que él me dijera una sola palabra podía sentir a dónde querían dirigirse sus pasos, a dónde tenía que ir yo para ayudarlo a caminar.


Llegamos a la parte frontal del altar principal. Contrario a lo que cualquiera pensaría, la mayoría de los feligreses corrió despavorido al ver a su señor resucitado caminando con la ayuda de una niña de doce años. Mi abuela se quedó petrificada al igual que el padre. Las palabras que salieron de mi boca no las recuerdo del todo bien. Me desmayé. Lo siguiente que vi me llenó de terror. Mis piernas estaban llenas de sangre y mi abuela estaba hincada al lado mío. Aunque podía ver a mi abuela y escucharla no podía mover ninguna parte de mi cuerpo. Me habían puesto un vestido de terciopelo azul con bordados dorados. No creo haber tenido una mirada de mayor desesperación en esos primeros momentos en los que supe que lo que habitaba dentro de la escultura de madera había robado mi cuerpo, y me había dejado en el suyo. Dudo mucho que el ladrón sea el redentor, lo único que sé es que ahora hay algo maligno caminando por las calles en el cuerpo de una niña, y que yo, ahora soy el Señor del entierro.


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