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Dos poemas de Ana Chig



Ana Chig (Los Mochis, Sinaloa) poeta, editora, creativa gráfica y promotora cultural. En 2012 funda la revista mensual de poesía Frontera Esquina. Es directora de Nódulo Ediciones y Juglaría. Ha publicado: La noche sobre el rostro (2010) y la antología de poesía “La Ciudad, encuentros y desencuentros” (Nódulo Ediciones, 2016). Su aparece publicada en antologías, revistas impresas y electrónicas. En 2015 y 2016 forma parte del jurado para el Premio Nacional de Poesía Tijuana, convocado por el Instituto Municipal de Arte y Cultura, actualmente colabora como encargada académica en Casa de la Cultura de la Cultura Playas de Tijuana.






TODO ES TAN INÚTIL Hoy aquí todo tiene su propia luz, el silencio que parece diluirse en las cornisas perfila el contorno de vecinas edificaciones. Un temor se esparce en la longitud de la noche. La silueta de un hombre arrastra una cubierta, nada se sabe de su parsimonia, de los desechos que acopia, del pan duro oculto en el bolsillo, maldice, balbucea desleído en etílica ceguera. A veces uno se fraterna en los encuentros, ves a los otros, los de siempre, los extraviados, coincidentes en el paso y la mirada en el terrible silencio emparentado en las aceras, un simple impulso y te alejas, cruzas la calle en el impropio, acomodas el cuello, te concentras... La balanza de lo humano ha quedado sin soporte, existe como una metáfora antigua y exclusiva. Los espejos no muestran ya tu rostro. Ahí, donde te ubicas, eres estadística, masa moldeable, cifra reptil expresada en la nómina cotidiana, todo es tan inútil a esta hora, como estas palabras ardiendo en el pensamiento lo mismo que esa colilla asentada por algún extraño en el margen de mi ventana.





DÍAS QUE MUEREN EN UNO


Hay días que mueren en uno, sobrepasan el cuerpo,

días que se diluyen en la sangre, anclan su pulso imperceptible,

días de variables e incógnitas que se multiplican a sí mismos.


Ayer un hombre saltó desde el puente

–la hora fue luminosa, el cielo, calado de profundos vacíos–

reconocí el instante, la forma de su cuerpo ovillado,

el miedo circular en las enormes tuercas de la estructura –,

el gesto compasivo de un mediador,

las sirenas en torno, el caos vial.


Ayer vi a un hombre, y quise llorar por sus motivos, por los míos,

por las palabras mal dichas, por la soledad hiriente en sus designios,

por esta humanidad errante que nos concentra y ciega,

por el ruido que carcome las noches,

por el minúsculo sueño que rescata y dosifica la agonía.


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